Por Alejandro Duchini
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Para contar su vida, el escritor noruego Karl Ove Knausgård lo hizo en más de 4.000 páginas que dividió en seis libros muy buenos. Todos publicados por Anagrama: La muerte del padre (el primero, y a mi criterio el mejor), Un hombre enamorado, La isla de la infancia, Bailando en la oscuridad, Tiene que llover y Fin. Formaban parte de su proyecto Mi lucha.
Uno puede pensar que después de semejante trabajo ya está, no hay mucho que contar. Pero no. La misma editorial española acaba de traducir al español cuatro nuevos títulos de Knausgård. Se titulan En otoño, En invierno, En primavera y En verano. En este caso, su proyecto se titula Cuarteto de estaciones.
Los cuatro nuevos libros están disponibles a cuentagotas en Argentina. Su calidad de importados los vuelve selectos. Recuerdo haber leído los seis primeros durante diferentes años de la década anterior. Con La muerte del padre realmente la rompió. Su estilo, tan detallista, permitió contar a un padre como pocas veces. Lo describió con tanta crudeza que, como lector, no podía dejar de pensar en cómo un tipo puede tener tanta hijaputez hacia sus hijos. Knausgård, nos cuenta, le tenía pánico. Es obvio entender por qué.
Pero a la vez, Knausgård hace que también se sienta pena por ese padre y esa historia que salpicó a su familia. Leeremos, entonces, sobre ese padre borracho que defecaba en cualquier lugar de la casa o que antes, cuando sus hijos eran chicos, los amenazaba con el cinturón.
En los otros libros, Knausgård contará otros tramos de su vida. La infancia hasta seguir en la adolescencia, los primeros amores, los amigos y un montón de etcéteras. Como cuando cuenta cómo se hizo baterista: algunas veces fue noticia cuando salió con su grupo a hacer música. Incluso una vez estuvo en la Argentina haciendo algún show de pequeña convocatoria.
En sus libros llegará a su vida adulta. Con su propia familia y sus hijos. Su vida parece, por momentos, una desgracia. Tanto que hasta cambiar los pañales de sus bebés se vuelve una tarea titánica. No porque Knausgård sea bueno o malo -no juzguemos, por favor-, sino porque es sincero. ¿Quién no se enojó con la vida al tener que levantarse de una cama caliente para cambiar pañales a las tres de la mañana en invierno?
Knausgård se convirtió en un ícono de la literatura noruega. La trascendió. Mi lucha se volvió tan mencionada en el ambiente de los libros que se convirtió en lo más parecido a una estrella de rock.
Su reaparición con este Cuarteto de estaciones es una faceta distinta de Knausgård, aunque no mejor. Su aspiración cuantitativa apenas supera las 1.000 páginas. No es un detalle menor si se tiene en cuenta lo que escribió en Mi lucha.
En uno de los volúmenes, Knausgård escribe para su hija por nacer. “Yo quiero contarte nuestro mundo tal y como es ahora”, le dice. Y enseguida: “La puerta, el suelo, el grifo y la pila, la silla del jardín junto a la pared…”. Entonces lo que hace es escribir sobre cualquier tema. Algo así como salir a la calle, tomar el colectivo y ponerse a pensar (y escribir) sobre ese colectivo en el que viajamos. Un día le escribe sobre el sol, otro sobre los dientes, o las chimeneas o los ojos. Cada tanto cuenta de algún escritor o recuerda algo de su vida.
En primavera, puntualmente, refiere a su hija ya nacida. Describe lo que sucede en la familia desde entonces. La depresión de su mujer es uno de los temas. Ya desde antes, y también ahora, los familiares, amigos y demás allegados a Knausgård deben saber lo difícil que es convivir con alguien que cuenta todo, todo, todo, lo que pasa en una casa o en cualquier otro ámbito social. Knausgård es como un Twitter o un Instagram sin filtro.
Algunos de los referidos iniciaron acciones legales contra el escritor debido a lo escrito en Mi lucha. Lejos de amedrentarse, Knausgård apeló a los sobrenombres para no dejar de contar cada detalle.
Pero volvemos a En primavera. Knausgård le cuenta a su hija -y obviamente a sus lectores- cómo se encontraba su esposa. “Tu madre se mostraba introvertida, hablaba poco”, escribe. O si no:
- No te estarás arrepintiendo, ¿no?
- ¿De qué?
-De que vayamos a tener otro niño.
Lo que consigue Knausgård en sus libros es casi un trabajo artesanal en cuanto a detalles. No deja pasar nada. Puede contar en 10 o 15 páginas lo que ocurrió durante un minuto de un día cualquiera.
En el cuarto libro de esta serie, En verano, Knausgård parece preguntarnos algo como: “¿ustedes creían que habían leído todo sobre mi papá en La muerte del padre? Bueno, no. Hay más”. Y da rienda suelta a otra historia de su padre.
Es posible que un psicólogo se haga una panzada con el amigo Knausgård. Hay algo ahí, en su interior, sobre la figura paterna que le vuelve cada vez que escribe, que lo atormenta. Porque ahora que su hija es la excusa para escribir y reflexionar sobre cualquier tema, él vuelve a esa patria que fue su infancia, cuando tanto le temía a los castigos físicos de su padre.
Podríamos hablar del lado oscuro de Knausgård, ese que existió desde siempre y al que George Lucas describió de manera magistral. El papá es a Knausgård lo que Vader a Luke. Sólo que uno le prometió a su hijo, aunque sea, el lado oscuro y al final pudo redimirse. El de Knausgård, jamás.
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Alejandro Duchini - Periodista.
Perfil
Karl Ove Knausgård nació en Oslo, en 1968. Ha ganado, entre otros premios, el Curzio Malaparte, Libro del año del Morgenbladet, el Austríaco de Literatura Europea y el de la Crítica Literaria Noruega. Con su saga Mi lucha vendió casi medio millón de ejemplares -uno de los mayores fenómenos de las letras noruegas- y recibió críticas laudatorias en The New York Times, The New Yorker y The Times.